sábado, 6 de junio de 2009

La mirada poética



“Yo no busco, encuentro”. Esta cita de Picasso siempre me llevó a pensar en cómo ponerla en duda. Me imagino en ese momento, sumergida en el papel, cambiando las palabras, tratando de desentrañar si lo que siento, o creo, o imagino se dice mejor así o de otra manera y me resulta difícil saber si estoy buscando o encontrando. Encuentro, sí, por que el momento me agarra con la cabeza metida en el fango y de pronto aparece eso que no sabía que buscaba. Pero no me agarra con la mirada absorta en el vacío, “buscando” en la nada una respuesta que me satisfaga. También busco, porque es la selección exacta del término, de la imagen, del clima lo que transporta mi mirada. Es como un buceador, que en la profundidad del mar se encuentra con el cardumen, con la estrella que cayó o con esa ostra que no se quiere abrir. Se le aparece, como a mí se me representa frente a la vista el hallazgo. La imagen se impone. Y él, al apropiarse, la transforma en otra cosa, porque la ve de otra manera. Pienso que la mirada poética está adentro, no afuera, por eso se encuentra. Porque se encuentra dentro de uno. No se puede ver lo que no se mira. No se puede mirar lo que no se ve. Esto no quiere decir que no se pueda entrenar. Como los músculos, como el corazón, como la memoria. Mientras más contacto hay con la mirada poética de los otros, más puedo acercarme a mirar con otros ojos lo que siempre miro con ninguno. Y maestros hay por todos lados. La lectura, en primer lugar, los poetas, pero también los niños, algunos viejos, el carnicero, el hombre común. A veces mi tía Pichi. Nunca se de dónde va a llegar, me doy cuenta cuando ya está ahí. Los disparadores pueden ser una reproducción de un cuadro, o su recuerdo, una cita en un libro que condensa un sentimiento o un saber que ya estaban en mi; un desafío. En general, el juego. Me gusta pensarme como una arquitecta de palabras. Colocando una sobre otra, o en relación, o contiguas o en lugar de. Sacando y poniendo lo que sobra, lo que falta. Construir o deconstruir para alcanzar una forma ideal, dentro de mis límites. Algo que cuando lo lea me haga reír, sonreír, moquear, o excitar. Que me afecte. En ese momento se que está ahí, que lo logré. Muy difícil decir cómo, desde donde o con qué. De lo único que estoy segura es que lo conseguí. Lo veo. Aparece frente a mis ojos como algo concreto y real. Contundente. Las cosas me hablan, las personas me cuentan, las mujeres me susurran, el gato me muestra. Lo único que necesito son unos buenos ojos –aunque ahora lleven anteojos-, unos buenos oídos –que escuchen dentro mío también-, gran olfato –siempre muy desarrollado- y ganas de tener entre las manos lo áspero y lo suave, lo dulce y lo salado. En síntesis, sentidos que me conecten con el afuera desde adentro. Y una gran necesidad de transformar en algo placentero el camino de cada día. Durante mi infancia estaba tomada por el cuerpo, la poética me pasaba por el movimiento, así que todavía estaba dentro de mí. Me gustaba mucho escribir redacciones para la escuela y ese podría ser el antecedente más lejano de mi relación con la escritura. Durante una larga convalecencia entre los once y los trece años, me dediqué a leer profusamente y hasta llevé un diario en donde casi no hay nada más interesante que la descripción de lo que me pasaba dentro de los límites de la cama. Luego escribí teorías sobre la historia del hombre, canciones, cuentos, argumentos para obras coreográficas, adaptaciones de cuentos para cortometrajes y síntesis argumentales. Desde hace ocho años escribo con más regularidad y desde hace cuatro todos los días. Es el lugar donde encuentro más posibilidades de desarrollo para mi creatividad. Pienso en el proceso de escritura pero más pienso en las imágenes y en las palabras organizadas. El mayor obstáculo tiene que ver con creerse el personaje del escritor. Miro a mi alrededor y veo a los grandes maestros y pienso que nunca podría ni siquiera pensarme como una discípula de ellos. Por eso luego miro para el otro lado y veo muchos otros que a fuerza de creer en lo que hacen, lo multiplican sin pudor. Y ahí me encuentro, empujándome a mí misma con esas dos fuerzas.