
Elena Roger cumple con la idea de actor "transido" de la que hablaba Artaud. El espíritu de La Môme Piaf parece que encarnara en su cuerpo y en su voz. Su trabajo interpretativo es para cualquier observador teatral, excelente, especialmente tratándose de una comedia musical. No es fácil tomar en las manos una vida trágica de semejante espesor, y lograr emocionar con una voz que está, no solo a la altura, sino que tiene su propia potencia. Y acompañar esa voz (tan presentes para muchos de nosotros en la versión original) con un trabajo de interpretación tan complejo e intenso. Este es un espectáculo también sutil en su estructura, que nos acerca a la gloria de ver un imposible. No es la destreza lo que la destaca. Es el arte con que Elena Roger interpreta un personaje tan difícil y se entrega al espectador de manera que nos hace creer que hay un Dios. Una Diosa, en este caso. Para disfrutar hasta las lágrimas.