jueves, 21 de abril de 2011

Un tranvía, muchos deseos

Hacer un texto clásico en el teatro implica grandes desafíos: luchar contra los estereotipos, los antecedentes, los pasados éxitos, las imágenes cauterizadas en las retinas. Lo que ofrece a cambio es la oportunidad de renovar la mirada, decir algo, aunque sea poco, diferente de lo que se dijo, imprimirle un ángulo singular. Ese es justamente el desafío. Una vez más Daniel Veronese nos  entrega su nueva visión de un clásico del teatro contemporáneo, y con ella nos lleva a entender algo nuevo de la misma obra ya leída, releída y vista unas cuantas veces de la misma manera En su reciente estreno de "Un tranvía llamado deseo", vuelve a reafirmarme su calidad de director en la sutileza con que enfrenta las pasiones en juego, pero esta vez corridas del remanido lugar erótico, para mostrarnos un costado más social, hacernos poner el ojo en el enfrentamiento de resentimientos diferentes, de mundos alejados, de deseos ajenos. Todo hace que estemos frente a un gran espectáculo clásico donde no falta la tensión y el entretenimiento. Así las actuaciones (con Érica Rivas a la cabeza, excelente, Paola Barrientos y Guillermo Arengo, muy buenos, Diego Peretti, ajustado), el vestuario, la sutil iluminación (Eli Sirlin, ¡no logré descubrir donde puso los faroles!) y la música (del mismo Veronese, muy buena) son un placer en sí mismos.
Llamativamente los medios de prensa dominantes no rescatan esta puesta con el mismo entusiasmo que lo hacen con otras obras del centro comercial de la Avenida Corrientes, que presentan textos banales e insulsos, por decirlo de manera compasiva, y cuya etiqueta de importado no se justifica en lo más mínimo. No se sabe si lo hacen porque piensan que el público solo quiere divertirse y salir del teatro como si hubiera pasado por una chocolatería, o porque prefieren que los textos que nos hablan directamente de nuestros egoísmos, de nuestra crueldad, de nuestras más bajas pasiones, aquellos que en verdad nos pueden dejar pensando en quiénes somos y qué sociedad queremos, queden ocultados en un triste rincón de la página par.